16/02/2023 | 5 minutos
Cuando comiences a invertir, verás que en función del producto habrá distintos documentos técnicos que tendrás que leer y comprender. Aunque un asesor especializado en ahorro puede ayudarte en esta labor y orientarte según tu perfil, necesitas conocer estos términos básicos. Al final y al cabo, tú eres el responsable de tus decisiones financieras. Por ello, presta atención a estos conceptos que te harán ver las inversiones con más claridad.
Cuando invertimos en renta fija, estamos comprando deuda; ya sea deuda pública (bonos del Estado, letras del Tesoro) o deuda corporativa (bonos corporativos o pagarés). Es un producto para un perfil más conservador, reacio a asumir grandes riesgos o volatilidades elevadas. Si bien su valor puede sufrir ligeras fluctuaciones, estas no suelen ser tan violentas como en el caso de la renta variable, como veremos a continuación.
La renta variable se compone de acciones de empresas. El riesgo es mayor que en la renta fija, ya que son valores sometidos a una mayor carga de volatilidad a cambio de generar mayores rentabilidades. Es un producto atractivo para los inversores con menor aversión al riesgo. Al contratar un producto de renta variable, lo que estamos haciendo es financiar proyectos en cualquier parte del mundo. Es una manera de demostrar que confiamos en una determinada compañía y apoyamos su contribución a la sociedad.
Ahora bien, ¿y si quieres compaginar la inversión en renta variable con la seguridad de la renta fija? Para ese propósito existe la inversión mixta, que incluyen ambas modalidades para quienes desean diversificar también en producto.
El riesgo está directamente relacionado con la rentabilidad. Productos menos arriesgados ofrecen menores perspectivas de rentabilidad y viceversa: si queremos obtener mayores retornos, deberemos asumir mayores riesgos. Eso es la volatilidad, la capacidad de un activo para fluctuar su valor al alza o a la baja.
Por ejemplo, en un fondo de inversión para determinar lo arriesgada que puede ser la inversión, en su ficha de producto este valor vendrá expresado de menos a más en una escala del 1 al 7, siendo 1 el mínimo y 7 el máximo, al igual que verás en los planes de pensiones.
Cuando un producto es muy líquido, nos referimos a que es muy fácil venderlo y obtener rápido el dinero de su valor. Un ejemplo de producto líquido son las acciones cotizadas, que podemos comprar y vender en el mismo día, o los fondos de inversión, que tienen liquidez diaria. En cambio, los productos ilíquidos son difíciles de vender. Nos referimos a inversiones de las que es difícil recuperar el capital invertido a corto plazo. A la hora de decidirte por un producto más o menos líquido, debes reflexionar sobre el plazo en el que te gustaría recuperar tu capital.
Por ejemplo, si adquieres una vivienda, podrían pasar varios meses hasta que consigas venderla. Si inviertes en un plan de pensiones no podrás rescatarlo hasta que te jubiles, salvo situaciones excepcionales como desempleo de larga duración, enfermedades graves o dependencia severa (aunque a partir de 2025 se permitirá rescatar también las participaciones con más de diez años de antigüedad). Si tienes un seguro de ahorro, tendrás tu capital siempre disponible, aunque lo ideal es mantenerlo al menos 5 años para disfrutar de las ventajas fiscales asociadas al producto.
Cuando contrates un vehículo de inversión debes prestar atención a si aparece un plazo de vencimiento. En algunos casos, se estipula un tiempo determinado para poder recuperar tu capital sin sufrir penalizaciones. Los fondos garantizados o los depósitos son algunos ejemplos de productos en los que se suele pagar un peaje si quieres retirar antes del plazo tu ahorro.
En otros vehículos, este plazo no es obligatorio, sino que se da como una recomendación de cuánto tiempo deberías mantener tu inversión para alcanzar el rendimiento esperado o para percibir una ventaja fiscal.
A la hora de contratar un vehículo de inversión, debemos tener presente las comisiones del producto. Algunas de las puedes encontrar son las siguientes:
Debes tener en cuenta cómo interactúan las diferentes comisiones con el rendimiento esperado, ya que dos productos en apariencia iguales, pero con diferentes comisiones generarán diferentes rentabilidades.
Se refiere en términos porcentuales a cuánto vamos a ver incrementada nuestra inversión. Si inviertes 10.000€ y al cabo de un año la rentabilidad ha sido del 5%, entonces tu capital se habrá revalorizado hasta los 10.500€. Algunos de estos productos, como pueden ser los garantizados, incluyen en su documentación la rentabilidad esperada, donde especifica la rentabilidad que obtendrá el inversor tras un plazo determinado.
En otros casos, esta rentabilidad futuro no aparece especificada, sino que en las fichas de producto encontrarás rentabilidades anteriores: desde el lanzamiento, en cada año, etc. Sin embargo, por atractivas que sean, rentabilidades pasadas nunca aseguran las rentabilidades futuras. Imagina que hubieses invertido en una empresa de turismo que lleva años acumulando rentabilidades superiores al 20%, pero justo adquieres acciones de esta compañía antes de un confinamiento como el de 2020.
Por eso es importante que tengas en cuenta la experiencia del equipo gestor en ese producto, su trayectoria y resultados. No solo importan las rentabilidades acumuladas, sino si el equipo gestor que las consiguió en su día se mantiene y también el contexto del mercado en ese momento.
La figura del asesor financiero está para ayudarte en la gestión de tu capital. Antes de cualquier decisión de la que no estés seguro, consúltale todo lo que no entiendas. Estar informado es imprescindible para una toma de decisiones correcta. Solo así conseguirás alinear tus inversiones con tus objetivos financieros.
No todo el mundo tiene las mismas necesidades, y queremos que encuentres la solución que mejor se adapte a tu situación.